había una vez, en un perdido y bello bosque, un pequeño lagartito que no tenía familia. cuando nació de su huevecito no encontró a nadie junto a él, nadie lo esperaba. a su alrededor había otras cáscara de huevos rotos. ¿habrían nacido sus hermanos? ¿dónde estaba su mamá? ¿se fueron sin él? ¿alguna alimaña los había devorado?
muchas preguntas sin respuestas para un ser tan diminuto y frágil. mal empezaba su vida. vagabundeó por los alrededores buscando a su familia, intentando encontrar algún rastro, si existía, que los llevará con ellos; pero no encontró nada.
estaba solo
completamente solo
absolutamente solo
inevitablemente solo
perdidamente solo
insufriblemente solo
y empezó a llorar lagrimitas de lagartito, verdes lagrimitas de lagartito triste, profundas lagrimitas dolorosas de pequeño lagartito huerfanito
su llanto consiguió que una joven y hermosa serpiente que pasaba por allí se apiadara del pequeño. se acercó a él sigilosamente para no asustarlo, comenzó a hablarle con ternura, a abrazarlo con su cuerpo para darle calor.
(sí, sé que los lagartos no necesitan calor, que las serpientes tampoco pueden dar calor, que sus sangres son frías como como las aguas de los arroyos más altos; pero estos seres eran muy especiales, tan especiales que sus sangres eran cálidas y arrullaban hasta producir en otros un placentero sueño donde poder disfrutar de todo lo que la vida real les negaba)
la dulce serpiente se llevó al pequeño lagartito con ella. lo cuidó como si fuera su hijo, le enseñó a desplazarse con sigilo para evitar los peligros, a alimentarse de pequeños insectos muertos, porque le repugnaba matar aunque fuera para sobrevivir, y de tiernos hojitas de pequeñas plantas que crecían en los alrededores.
se hicieron inseparables. la serpiente lo quería como a un verdadero hijo; y el lagartito la quería como una verdadera madre.
algunos de los animales vecinos no comprendían este amor, nunca antes habían visto que una serpiente pudiera querer a un lagarto, siempre habían sido rivales, enemigos eternos, que luchaban entre ellos por sobrevivir en este mundo duro e ingrato donde la ley del más fuerte era la única ley que existía, donde los débiles eran despreciados y morían en manos de sus rivales, donde la fuerza bruta era la única forma de supervivencia.
pero nada, ninguna norma, ninguna antigua costumbre, ninguna irracional rutina consiguió separar a esta madre de su hijo, a este precioso lagartito de su entrañable y amorosa mamá.
al menos esta vez el amor triunfó en la brutal naturaleza, en el duro y viejo bosque donde antes siempre solo había triunfado la muerte.
muchas preguntas sin respuestas para un ser tan diminuto y frágil. mal empezaba su vida. vagabundeó por los alrededores buscando a su familia, intentando encontrar algún rastro, si existía, que los llevará con ellos; pero no encontró nada.
estaba solo
completamente solo
absolutamente solo
inevitablemente solo
perdidamente solo
insufriblemente solo
y empezó a llorar lagrimitas de lagartito, verdes lagrimitas de lagartito triste, profundas lagrimitas dolorosas de pequeño lagartito huerfanito
su llanto consiguió que una joven y hermosa serpiente que pasaba por allí se apiadara del pequeño. se acercó a él sigilosamente para no asustarlo, comenzó a hablarle con ternura, a abrazarlo con su cuerpo para darle calor.
(sí, sé que los lagartos no necesitan calor, que las serpientes tampoco pueden dar calor, que sus sangres son frías como como las aguas de los arroyos más altos; pero estos seres eran muy especiales, tan especiales que sus sangres eran cálidas y arrullaban hasta producir en otros un placentero sueño donde poder disfrutar de todo lo que la vida real les negaba)
la dulce serpiente se llevó al pequeño lagartito con ella. lo cuidó como si fuera su hijo, le enseñó a desplazarse con sigilo para evitar los peligros, a alimentarse de pequeños insectos muertos, porque le repugnaba matar aunque fuera para sobrevivir, y de tiernos hojitas de pequeñas plantas que crecían en los alrededores.
se hicieron inseparables. la serpiente lo quería como a un verdadero hijo; y el lagartito la quería como una verdadera madre.
algunos de los animales vecinos no comprendían este amor, nunca antes habían visto que una serpiente pudiera querer a un lagarto, siempre habían sido rivales, enemigos eternos, que luchaban entre ellos por sobrevivir en este mundo duro e ingrato donde la ley del más fuerte era la única ley que existía, donde los débiles eran despreciados y morían en manos de sus rivales, donde la fuerza bruta era la única forma de supervivencia.
pero nada, ninguna norma, ninguna antigua costumbre, ninguna irracional rutina consiguió separar a esta madre de su hijo, a este precioso lagartito de su entrañable y amorosa mamá.
al menos esta vez el amor triunfó en la brutal naturaleza, en el duro y viejo bosque donde antes siempre solo había triunfado la muerte.
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