había una vez, en un país olvidado y perdido, un joven esclavo que se enamoró pasionalmente de su hermosa reina. él la amaba en silencio, a escondidas, por temor a que ella supiera de su amor y mandara desterrarlo. podía soportarlo todo: las humillaciones, el dolor físico, el hambre, la sed, el frío del intenso invierno, el duro calor asfixiante del largo verano, sus desdenes, su indiferencia,...; pero sabía que no podría vivir sin verla todos los días, sin escuchar su voz, aunque a veces fuera cruel y despótica.
su larga melena negra, sus hermosos ojos eran la razón de su existencia. en sueños la veía llegar hasta él, cogerle de la mano y recorrer abrazados aquellos jardines que tanto mimaba para ella. le ofrecía el olor de sus flores e, inmersos en sus fragancias, la besaba como nunca había besado a ninguna mujer. pero el nuevo día llegaba y con él la realidad de su amor imposible.
un día, mientras podaba con esmero uno de sus rosales preferidos, se pinchó con una de sus espinas. él no sabía que la reina lo observaba en silencio porque amaba como cuidaba su jardín, porque nadie nunca antes había puesto esa pasión en él ni en ella.
se acercó a él sin que se diera cuenta de su presencia, le cogió el dedo herido, se lo llevó a la boca y comenzó a chupárselo con la mayor de las delicadezas. él no podía creer lo que estaba ocurriendo, pensó que era otro de sus sueños y que volvería a despertarlo el maldito sol, pero no. esta vez era real. su reina, su gran amor, su pasión, su delirio, chupaba la sangre de su dedo con una dulzura que nunca antes había recibido de nadie.
y en un instante y sin saber porqué, la reina alzó la mirada hasta encontrar la suya llena de placer, y mirándolo fijamente, le mordió con tanta crueldad y dureza el dedo herido, que se le quedó entre los dientes, llenándole de su sangre esos labios tan hermosos que siempre soñó besar.
su larga melena negra, sus hermosos ojos eran la razón de su existencia. en sueños la veía llegar hasta él, cogerle de la mano y recorrer abrazados aquellos jardines que tanto mimaba para ella. le ofrecía el olor de sus flores e, inmersos en sus fragancias, la besaba como nunca había besado a ninguna mujer. pero el nuevo día llegaba y con él la realidad de su amor imposible.
un día, mientras podaba con esmero uno de sus rosales preferidos, se pinchó con una de sus espinas. él no sabía que la reina lo observaba en silencio porque amaba como cuidaba su jardín, porque nadie nunca antes había puesto esa pasión en él ni en ella.
se acercó a él sin que se diera cuenta de su presencia, le cogió el dedo herido, se lo llevó a la boca y comenzó a chupárselo con la mayor de las delicadezas. él no podía creer lo que estaba ocurriendo, pensó que era otro de sus sueños y que volvería a despertarlo el maldito sol, pero no. esta vez era real. su reina, su gran amor, su pasión, su delirio, chupaba la sangre de su dedo con una dulzura que nunca antes había recibido de nadie.
y en un instante y sin saber porqué, la reina alzó la mirada hasta encontrar la suya llena de placer, y mirándolo fijamente, le mordió con tanta crueldad y dureza el dedo herido, que se le quedó entre los dientes, llenándole de su sangre esos labios tan hermosos que siempre soñó besar.
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