yo tuve una vez una alumna a la que se le murió su papá a la misma edad que a ti; o quizás un año menos. era una niña muy linda, muy despierta y muy trabajadora. era un encanto de criatura, como tú, y yo la quería mucho, como quería y siempre he querido a todos mis alumnos, porque a esas edades son puro afecto y ellos también quieren mucho a sus maestros. y también son pura energía desbordada por la naturaleza, que nos obligan a controlar y domesticar cuando, como potrillos salvajes, deberían estar, como tú lo estuviste, libre, libres, corriendo y saltando por los campos.
cuando me enteré, a través de su mamá, de la enfermedad incurable de su papá, si ya la quería como a todos, el cariño tan especial y la ternura que desarrolló en mí llegó hasta la pena y el llanto por su dolor, por su inocente dolor, por su tremendo dolor, por su duro dolor que no podía comprender ni creer ni aceptar.
un día en clase, se trató el tema de las estrellas fugaces, y a mí, impulsivamente, sin caer en ese instante en la pena y el amor a su papá muerto de mi pequeña rosario, propuse que cada uno pensara un deseo imaginándonos que habíamos visto esa estrella fugaz de la que les estaba hablando. todos lo hicieron, todos lo escribieron, todos lo dibujaron y todos lo contaron.
cuando le tocó el turno a mi pequeña rosario, ella expresó el deseo más entrañable, más bonito, más dulce, más delicadamente ingenuo y más hermoso del mundo, guardado o apretado a su pequeño corazón de niña:
-yo le he pedido que vuelva mi papá.
no pude contener la emoción y aún me emociono después de tantos años. la abracé y la besé con la ternura y el amor que la hubiera abrazado su papá si hubiera estado allí, si realmente hubiera vuelto.
su papá desgraciadamente no volvió, pero tampoco se fue del todo porque ella lo tenía muy dentro de su alma, acompañándola siempre, protegiéndola, animándola, consolándola, bebiéndose sus tiernas lágrimas, amándola como ella lo amaba.
su papá también se quedó en mí, que también la protegí, la animé, la consolé, le sequé sus lágrimas y la amé como si yo fuera su papá y ella fuera la hija que nunca tuve.
cuando me enteré, a través de su mamá, de la enfermedad incurable de su papá, si ya la quería como a todos, el cariño tan especial y la ternura que desarrolló en mí llegó hasta la pena y el llanto por su dolor, por su inocente dolor, por su tremendo dolor, por su duro dolor que no podía comprender ni creer ni aceptar.
un día en clase, se trató el tema de las estrellas fugaces, y a mí, impulsivamente, sin caer en ese instante en la pena y el amor a su papá muerto de mi pequeña rosario, propuse que cada uno pensara un deseo imaginándonos que habíamos visto esa estrella fugaz de la que les estaba hablando. todos lo hicieron, todos lo escribieron, todos lo dibujaron y todos lo contaron.
cuando le tocó el turno a mi pequeña rosario, ella expresó el deseo más entrañable, más bonito, más dulce, más delicadamente ingenuo y más hermoso del mundo, guardado o apretado a su pequeño corazón de niña:
-yo le he pedido que vuelva mi papá.
no pude contener la emoción y aún me emociono después de tantos años. la abracé y la besé con la ternura y el amor que la hubiera abrazado su papá si hubiera estado allí, si realmente hubiera vuelto.
su papá desgraciadamente no volvió, pero tampoco se fue del todo porque ella lo tenía muy dentro de su alma, acompañándola siempre, protegiéndola, animándola, consolándola, bebiéndose sus tiernas lágrimas, amándola como ella lo amaba.
su papá también se quedó en mí, que también la protegí, la animé, la consolé, le sequé sus lágrimas y la amé como si yo fuera su papá y ella fuera la hija que nunca tuve.
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