había una vez
-me gusta comenzar los cuentos de esta manera tan infantil-
un pajarito muy dulce
muy cariñoso
y totalmente inofensivo
que se pasaba el día cantando
y volando
comía poco
-como un pajarito-
porque necesitaba poco para vivir
y ser feliz
su canto y sus vuelos eran lo único imprescindible y necesario en su vida
pero un día unos malvados monstruos lo apresaron
le cortaron las alas y el pico
y lo metieron en un pequeño espacio rodeado de barrotes
allí le daban de beber y de comer
y lo miraban como si fuera un bicho raro
le decían cosas que él no entendía
ni estaba interesado en escuchar
el pajarito no comprendía porqué lo habían metido en ese lugar
ni porqué no lo dejaban volar
ni cantar
conforme pasaban los días el pajarito empezó a conocer un sentimiento
que nunca antes había experimentado:
la tristeza
notaba como había perdido el interés por todo
sentía una gran angustia en su pequeño pecho
y en su pequeña garganta
pasaba los días y las noches agazapado en un rincón de ese extraño espacio
que no le dejaba volar ni cantar
empezó a perder sus bonitas plumas de colores
y ya no comía ni bebía nada
se iba muriendo poco a poco
pero un día
sin saber porqué
se despertó algo en su interior
era el orgullo
la necesidad de volver a ser feliz
tenía que luchar
no podía dejarse abatir
ni morir
en manos de aquellas personas tan crueles
así que volvió a comer y a beber
y a sentir que sus plumas volvían a crecerle
que sus alas recuperaban su aspecto y su vigor
que su garganta quería cantar
tenía que hacerse fuerte
debía salir de aquella jaula
de aquella prisión
que le impedía tomar las riendas de su vida
que le impedía ser libre
como siempre fue
y comenzó a acumular rabia
mucha rabia
tanta rabia
que su torpe canto comenzó a convertirse en grito
en aullido
en furia ardiente
que le quemaba la garganta
una noche se sorprendió a si mismo
viendo como en uno de sus aullidos
salió de su boca una pequeña llamita
en ese momento supo que eso sería lo que le devolvería la libertad
esa libertad por la que volvió a luchar
la que logró que saliera de su tristeza
de su apatía
y de su abatimiento
tenía que acumular la rabia suficiente
para convertir esa llamita
en una enorme y continúa llamarada
que consiguiera fundir los barrotes de su prisión
y dejar ciegos
y sellar las bocas pestilentes de sus carceleros
eran o ellos o él
y había decidido que sería él
que volvería a ser él
que nada ni nadie
volvería a apresarlo
que nada ni nadie
volvería a meterlo en ninguna jaula
y por fin
ese día llegó
había acumulado tanta rabia en su pequeño cuerpecito
que cuando comenzó a gritar
sus gritos se convirtieron en una gran explosión
en una terrible llamarada incontenible
que destruyó para siempre su prisión
todas las prisiones
y a todos los carceleros
que morían ante él retorcidos de dolor
de ese dolor y ese sufrimiento
que habían causado en él
durante tanto tiempo
y
-como acaban todos los cuentos infantiles
aunque a este igual no le pegue mucho este final-
colorín, colorado
este cuento se ha acabado
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